lunes, 15 de febrero de 2010

El amor y su puta madre

Que bonito es el amor...
Este mundo sería mejor si todo el mundo se amara...
El amor mueve montañas...
y bla, bla, bla, bla...


Hola queridos drugos y drugas.
Hoy, la mosca cojonera hembra presenta: el amor y su puta madre.
Vayamos al meollo. No digo que el amor no sea maravilloso y estupendo pero todo tiene un precio.
El caso es que deberíais saber que el amor es una trampa de la naturaleza. Una pequeña bromita que Natura nos gasta para asegurarse de que paramos nuevos miniyos.
Analicemos como ocurre el mencionado proceso amoroso:

Tu vives feliz, estudias, trabajas, vas a patinar, tienes un montón de amigos, vas a todos los conciertos, te emborrachas con la pandilla, estás en la flor de la vida y tus cualidades creativas y espirituales van en aumento. Eres un sol que todo lo ilumina y estás pensando en hacerte el camino de Santiago a pie.
De repente, un día, y sin previo aviso, captas la sombra de alguien que como una presencia sobrenatural te produce un sentimiento inquietante que de entrada no sabes clasificar pero que ralla.
Observas al sujeto con suspicacia e intentas comprender a que se debe la inquietud.
Te metes un tequila entre pecho y espalda y te olvidas del asunto.
Unos días después, cuando más a gusto estás, el sujeto se cruza en tu campo visual y Voilà!!!
Un goaul alienígena que crece por momentos está a punto de saltar de la boca de tu estómago devorándote las entrañas. El corazón se te acelera más que con un tiro de Poppers y sientes los pelos de tu cuerpo erizarse como escarpias. Tus glándulas sudoríparas empiezan a hacer horas extras y sientes un ligero mareo parecido a cuando coges un transbordador para irte de Vigo a Las Islas Cíes.
Cuando te recuperas del percance notas el otro efecto secundario: el colocón.
Porque es un colocón, queridos drugos y drugas. Speed del bueno, marihuana mexicana, brandy añejo...
Te trincas otro tequila y empieza el proceso de negación.
Imposible!!! Piensas.
Bah... ha sido un lápsus! Te autoconvences.
Sigues con tu vida y no piensas en el tema.
Pero vuelves a encontrarte con el sujeto y esta vez estas a punto de sufrir un accidente cardiovascular masivo y caer fulminada mientras los oídos te pitan y la tierra se hunde a tu alrededor...
Y en ese momento toda tu alma y tu corazón grita reverberante a la eternidad cósmica: NO!!!
Ya está! Ya la has cagao!
Maldita tu estampa, el cristo de Palacaguina y la virgen de los sicarios.
Te has enamorado. Simple y llanamente.
Y no se puede hacer nada...
Veamos que dicen en Internete:
“Síntomas que se manifiestan cuando nos enamoramos son algunos como la aceleración de la frecuencia cardiaca, sofocos, rubor y sudoración profusa en las palmas de las manos. Esto se debe a que estamos produciendo dopamina, norepirefrina y feniletilamina. La dopamina se considera la sustancia química del placer y produce felicidad. La norepirefrina es similar a la adrenalina y es culpable de las taquicardias y la excitación. Otro efecto comprobado en la gente enamorada es un descenso significativo de los niveles de serotonina, factor común en los pacientes con trastornos obsesivo-compulsivos”
Más claro agua, más espeso chocolate.
Así que porque cojones no inventan una pastilla para esto???
Si te apetece enamorarte te tiras de un globo aerostático al cráter de un volcán y palante. Y si no, pues te tomas la pastilla y tan feliz...
Pero no, no acaba la cosa ahí.
Pierdes el apetito por completo.
Andas todo el día empanao con la mirada vidriosa y las pupilas dilatadas como si fueras de jaco.
¡No puedes dormir!, Uno está reventao y muerto de sueño pero el amor es como el sulfato de anfetamina pureza 78 por ciento así que te jodes y bailas.
Volvamos a Internete.
“Los científicos usan imágenes de resonancia magnética para observar los cerebros de las personas enamoradas mientras observan fotos de los objetos de su afecto. Lo que los investigadores ven en esa fase de “No puedo pensar en otra cosa que en mi amor” (lo que yo llamo “Flechazus agudis o enchochens tremebunda”)
es la directriz biológica de centrarse en una persona. Los escáneres muestran aumentos de flujo sanguíneo en áreas del cerebro con altas concentraciones de receptores de dopamina, asociada con estados de euforia, ansiedad y adicción”
¡Ahí es nada!
Esto es lo me más me jode.
Aunque seas una máquina multitarea de última generación con el amor se te ha acabado el chollo.
Esto es porque cuando te enamoras no puedes hacer absolutamente nada más que padecer taquicardias, obsesión y dolor de estómago.
De repente todo lo demás te la trae al pairo.
Que te acribilla una plaga de mosquitos tigre, pues tu nada, a seguir con la sonrisa boba puesta.
¿Una bomba nuclear?
OK, no problem siempre que puedas morir abrazada a su pecho.
¿Guerra mundial?
Peccatta minutta. Os atrincheráis juntos con un AK47 o la palmáis en un campo de refugiados haciendo el amor.
¿Que un virus pandémico zombifica a la humanidad?
Pues os preparáis un suicidio gótico y bonito.
Y así sucesivamente...
Es evidente que el síntoma más acuciante es la pérdida total del sentido común pero el amor mola.
Es la droga mas politóxica y barata que hay.
No es mala para la salud.
Resucita el alma.
Te hace generoso y tolerante.
El sexo es celestial.
Y lo que es mejor: si consigues pasar con éxito de la primera fase dopamínica a la siguiente que es el amor oxitocina o pareja estable, quizá puedas ser feliz y comer perdiz.
Y si no, pastilla coño, pastilla.
A ver esas multinacionales farmacéuticas que tomen nota...
;D

viernes, 4 de diciembre de 2009

Qué eres, ¿de Nesquik o de Cola-cao?

El cristianismo y las democracias siempre nos han dicho que todos los hombres somos iguales. Yo, sinceramente, no puedo estar en más desacuerdo.
Además me alegro de que no sea así. Que coñazo y que aburrimiento si todos fuéramos iguales. Desde luego al capitalismo le vendría de perlas. Imaginaos que a todos nos gustara la misma música, el mismo color o el mismo tipo de pitanza. De cojones, una misma campaña de marketing global y se ahorrarían un pastón. Uniformizar la sociedad es su principal objetivo. Pero ¡¡¡NO!!! Yo me niego, me resisto y me despellejo. La diversidad es lo que nos hace interesantes y de todo tiene que haber en la viña del señor. Ego dixit.
Lo cierto es que desde que nacemos manifestamos preferencias y particularidades que nos hacen ser únicos y que forjan nuestras afinidades con otros congéneres o grupos. Hay críos que comen potitos y otros los escupen.
Con el chupete pasa lo mismo. A algunos hay que quitárselo a los 4 años y sufren algo parecido al mono del tabaco. En mi caso debió ser un pulso de voluntades. Mi madre me ha contado que yo pasaba de los chupetes olímpicamente. Succionaba la sustancia en la que los impregnaban para engañarme y lo escupía con desdén. Mi abuelo, que debía ser un friki de cuidado, decía que era porque no me gustaba el color. Así que se pasó un año comprándome chupetes de todos los colores habidos y por haber sin tener ningún éxito. Quizá si me hubiese traído uno negro con estampao de calaveras...
El caso es que ya son los primeros indicios de polarización social: bebés pro-chupete y puristas de pezón. Entusiastas de los potitos y conservadores de la papilla casera con galletas.
En la fase de transición de mamífero a zampachuletas ocurre un fenómeno traumático que todos los seres humanos experimentan. Hay un año de nuestras vidas en el que todos los putos días nos dan puré. No es de extrañar que un porcentaje mayoritario de adultos sientan una repugnancia y aborrecimiento irracional a todo lo que esté pasao por la batidora. Para justificar su fobia a los purés suelen aludir razones de textura o color, pero en realidad es un trauma infantil que no recuerdan. Esos 12 meses con un plato lleno de sustancia verde líquida y viscosa y tu madre metiéndote el cucharón hasta la laringe.
El tiempo pasa y uno va definiéndose. O se es de dulce o se es de salao. Los gustos también dicen mucho sobre tu personalidad. Por ejemplo preguntar a vuestros conocidos si son de Nesquik o de Cola-cao. La gente de Cola-cao tendemos a ser más brutos y más bastorros. Sin embargo los que prefieren el Nesquik tienden a ser más delicados, pijillos y espigados. Lo mismo ocurre con los niños Tente o los de Lego. El Tente era mucho más mazacote. Con el Lego podías hacer más cosas aunque tenías que ser habilidoso y no un puto desastre. Yo era de Tente y me hice un castillo con foso en plan bárbaro que molaba un huevo. Claro está que también hay minorías elitistas. Estaban los típicos que tomaban Cacao en polvo y jugaban con el Mecano. Solían ser gente friki que pedían un telescopio para reyes.
Ahora bien, hay valores universales que nos unen. Por ejemplo: los clicks de Famobil (ahora Playmobil). Geniales. A quien no le han apasionado los clicks... Esos peinados cascote-tazón. Esas extremidades rígidas con manos troqueladas en gancho. Siempre como tensos. Los accesorios y decorados. Ahí no había diferencias. Los Cola-cao y los Nesquik podíamos pasar días enteros montándonos películas con el barco pirata o cualquier cosa.
Otro punto de encuentro es el chocolate. La militancia en los frentes del dulce o del salao no es impedimento para su adoración. El chocolate siempre mola.
La diversificación sigue y uno se decanta por Coco o por el monstruo de las galletas. En carnavales quieres ir de princesa o de bruja. La elección de superhéroe dice mucho: Spiderman, Superman o Batman. Las minorías elitistas solían elegir a Phantomas o a La Cosa del pantano.
Llega la adolescencia y entonces si que se complica la cosa. Punk o heavy metal. Pijo o rapero. Emo o latin king. En esta fase de la vida, el ansia de autoafirmación y el deseo de querer diferenciarse provocan gran numero de tribus, músicas, géneros y subgéneros. Por poneros un ejemplo. El metal. Dicho así parece fácil pero si alguien me explica claramente las diferencias entre todo esto le hago una estatua ecuestre. Heavy metal, trash metal, death metal, chándal metal, nu metal, black metal, goth metal, speed metal, folk metal, rap metal, progressive metal, hard metal, metal core, greencore, hardcore...
Cuando empiezas a salir por los bares hay que elegir entre cerveza o calimocho. También puedes hacerte fan del clarete con gas. Sea lo que sea siempre acabarás potando en una esquina. El paladar va dictando sus deseos. Chupitos guarros de licores de frutas o tequilazo al canto. Aquí ya se va viendo quienes son de la línea dura. Luego están los que beben agua o kas de naranja, claro.
Ante tanta confusión, reivindico otro valor universal: las croquetas. No conozco a nadie a quien no le gusten las croquetas.
A medida que crecen las tetas y los bigotes la diferenciación sigue. De ciencias o de letras. Del SOE o del PP. Las minorías elitistas suelen hacerse republicanos de extrema izquierda o nacional-socialistas. Algunos ingresan directamente en la masonería.
Uno se decide al final si es de Mick Jaeger o de Keith Richards.
Con las drogas pasa lo mismo. Marihuana o hachís. Farlopa o anfeta. Tripis o extasis. Los hay politoxicómanos y otros no se meten nada. Hay gente que sólo se droga con productos de temporada y va al monte a ponerse ciego de monguis. Los más reaccionarios se van al desierto de Chihuhuán y zampan peyote. Según dicen suelen encontrarse con su tótem que siempre es un animal molón como el lobo o el águila. Nunca es un limaco.
Luego están el caballo y el opio pero se consideran sustancias pasadas de moda. El crack, la metaanfetamina y otras son drogas de yankis.
Otro indicador de la diversidad y las ganas de tocar la moral es el café. Yo he sido camarera de cafés y os aseguro que hacen falta nervios de acero.
Mesa de 6 personas:
Señora 1- Un cortado con leche fría.
Señora 2- Café con leche desnatada y con sacarina, cargadito plis.
Señora 3- Yo un cortado con sacarina en vaso de cristal, flojo de café por favor.
Señora 4- Yo un descafeinado de máquina con leche templada y 3 sobres de azucar. Ah y un chorrico de Bailis.
Señora 5- Un sólo descafeinado con una nube de leche y sacarina. Que este calentito por favor que siempre me lo traéis helao.
Hijo friki de la señora 4- Ummmm... Yo quiero un Cola-cao en vaso de cristal grande con mucha azúcar. La leche caliente y me traes una aspirina por favor.
Pa mear y no echar gota. Y así todos los días.
Al próximo cura que me diga que todos somos iguales le pongo a currar en una cafetería.
De todas formas creo que quizá elabore un test con el cual pueda analizar la personalidad de los sujetos de estudio.
Yo soy pro-pezón, purista de las papillas de galleta, Cola-cao, Tente, Tequila, Hachís, Cortao con Bailis, Triki y de Keith Richards.
¿Y vosotros que sois, de Nesquik o de Cola-cao?

lunes, 30 de noviembre de 2009

Porqué nos gustan los realities I

Llevo años dándole al cerebelo y no conseguía entender porque a la mayoría de los mortales les encantan los realities. Recientemente lo he comprendido. Es el efecto catarsis. Hace 2000 años Jesucristo murió por nuestros pecados y entre todos lo crucificamos. Con los concursantes de los realities pasa lo mismo. Es obvio que nadie es perfecto. Todos tenemos una miríada de defectos y podemos ser más o menos desagradables. Pero es que los concursantes que salen en la tele se llevan la palma. A ver si me explico.

Pongamos que uno es algo cerdo y poco dado al jabón. Pues no pasa nada. En la tele siempre sale alguien que no se ducha nunca, huele peor que tú y luce unos lamparones que ríete tu de Aladino. El país entero lo comenta y se convierte en el guarro nacional. ¿Qué ocurre entonces? Pues que este tío nos redime a todos. Uno se siente mejor porque sabe que no es tan guarro como el concursante o por lo menos, su falta de higiene no es de dominio público. Así que entre todos lo crucificamos y nos quedamos bien a gusto.

Digamos que una es una chocho suelto o ya en primaria te apodaban “la calientapollas”, pues en la tele siempre va a salir alguna que además de ser una auténtica arpía no le hizo caso a su madre cuando le decía que es mejor hacerse la estrecha. Este tipo de mártir es muy necesario es un país tan machista como el nuestro porque mientras todos los tíos comentan lo maja que es y lo buena que está, las tías podemos empezar a despellejar a la tipa hasta dejarla en los huesos. Además los del Cuore ya sacarán alguna foto de esas de ¡Arrggg! donde se le vean las vergüenzas, la celulitis y los sobacos sin depilar. Que placer… Normalmente estas concursantas alcanzan el zenit de su desarrollo espiritual cuando consiguen ser portada de la Interviú, cobran una pasta y si son listas la invierten y se montan una peluquería. Si son más ligeras de cascos se lo gastan en farras y modelitos y al cabo de un par de años, vuelven a la caja del Carrefour.

Otra modalidad de concursantes que me inflan los ovarios y me dan vomitera son los lloricas. No hay reality que se precie sin algún concursante llorica. Estos presumen de ser muy sensibles pero simplemente son unos capullos malcriaos cuyos progenitores no les dieron un bofetón a tiempo. Cada vez que algo se les tuerce, irrumpen en un patético llanto apelando a su abuela moribunda, sus orígenes humildes o el destino cruel. En ningún momento se les ocurre pensar en su inmensa mediocridad o poco carisma. Si pillaran conmigo iban a llorar con razón. Lo malo es que al final se salen con la suya. No hay nada como dar asco y pena. Catarsis.

Tampoco puede faltar una especie muy abundante: el gorila macho-man. Dicen que el hombre de Neanderthal se extinguió pero yo no estoy de acuerdo. No hay más que observar a estos tíos inflaos de pesas y esteroides con el pelo rapao y media neurona. Tienden a sentarse bien abiertos de patas y en pose de jefe tribal. Me gustaría saber si es porque los cojones no les dejan juntar las piernas o tienen alguna tara en el ADN. Suelen hacer gala de profundo desdén, mala educación y preocupante incultura. Inexplicablemente tienen mucha aceptación entre las féminas pero en general acaban siendo hombres objeto, enseñando el culo como Boys en saraos de famoseo y a veces con las ganancias se montan su propio gimnasio.

El concursante “Piernas”. El concursante piernas es el típico listillo que va a por todas. Suelen ser personas bastante inteligentes y con mucha habilidad social. Son esos que siempre están de “buen rollo”, sonríen, abrazan y consuelan. Siempre he pensado que este tipo de gente, salvo escasas excepciones, son grandes maestros del fingimiento y la falsedad. Es imposible que todo quisque te caiga de puta madre nada más conocerle y que te comas a besos al prójimo. Tienden a vestir de colorines y les gustan mucho los accesorios étnicos. Les encanta Manu Chao, Macaco y están en contra del racismo, la energía nuclear y los tomates transgénicos. Se sienten en armonía con la raza humana pero no soportan a la gente rara que no se integra y les sigue el rollo. Suelen llegar lejos.

En la próxima entrega seguiré analizando este espectro social de carne de reality. Pido disculpas por hacerles esperar pero este estudio de campo me supone un desgaste intelectual y emocional que no puedo prolongar por espacios de tiempo muy extensos sin que me suba la fiebre.

martes, 3 de noviembre de 2009

El tamaño si importa

No sé como abordar este asunto tan sensible y peliagudo sin herir sentimientos viriles.
No me gustaría recibir demandas judiciales por feminazi o ser acusada de intentar instaurar una ginecocracia exterminadora…
Pero el caso es que el tamaño importa.
Ya oigo esas voces disidentes, esos abucheos de estadio de fútbol y siento esas miradas escrutadoras por parte de los tíos…
A ver majos: yo no digo que todos tengáis que tener un apéndice como la trompa de un elefante pero durante muchos años nos han vendido la moto de que la talla carecía de importancia y eso es falso…
Desde mi juventud he sido una mujer muy afortunada. Todos mis novios tenían grandes calabacines que izaban como banderas americanas en pozos petrolíferos. Quizá esté mal acostumbrada pero para mí, la verificación de las dimensiones zipotianas siempre ha sido un momento clave.
Conoces a un tío. Te gusta. Te pone. Es majo, no tiene faltas de ortografía, no está casado, tiene unos ojos divinos, es culto y te invita a cenar. La cosa marcha y tarde o temprano llega el momento del primer fornicio. Tú estás un poco tensa porque te ves las tetas caídas y el síndrome premenstrual te tiene más hinchada que el Bibendum.
Empiezan los preliminares y al cabo de un rato dices “Vamos allá…”.
Metes la mano debajo de la sábana y te aproximas al objetivo. Palpas superficialmente y pueden ocurrir 3 cosas:
1-Mega nabo de la muerte: duro como el acero, ancho como un vaso de tubo, largo y apuntando al techo. Lo agarras con ganas y no dices nada pero interiormente gritas ¡Siiiiiiiiiiiiiiii! ¡Oeee, oe, oe, oeeeeeee!
Te relajas y a disfrutar a tope porque sabes que con ese tanque vais a ganar la guerra. Última prueba superada
2-Nabo normal: largura media, recio pero con diámetro visiblemente más reducido que el meganabo de la muerte. Sabes que no va a ser la fiesta vikinga y el power del mega pero puede estar bien aunque habrá que afinar las posturas y alineaciones.
3-Nabo/cacahuete: lo dicho. Es una situación incomodísima. Al principio crees que el bichito aun está dormido pero lo compruebas y piensas “¡Dios mío! Que voy a hacer… ”
Sigues dándole al manubrio pero no hay nada que rascar. Te entristeces porque con ese tamaño no vas a notar ni una cosquilla y él se va a sentir como un corcho en alta mar. Normalmente recurres a otras técnicas más orientales y napoleónicas pero sobre todo lo sientes de corazón por el tío porque vaya putada tener el pito tan pequeño.
Lo cierto es que el tamaño importa. No es crueldad, es evidencia. A más solomillo más alegría.
Aunque no todo son ventajas…
Un problema típico para los hombres trípode es el tamaño de los condones. Si tener que parar un momento para forrar el pepino ya corta un poco el rollo, ya ni te cuento cuando encima la goma es pequeña y hay que hacer malabarismos para envolver bien todo el regalo. Lo peor es que la situación se torna profundamente ridícula y antierótica. Tú estás ahí, sentada en la cama, en pelotas y observas a tu pareja cada vez más agobiao. Lo que iban a ser 10 segundos ya pasa de 5 minutos. Y mientras notas como te resecas o se te pasa la borrachera tu cerebro empieza a hacer asociaciones surrealistas. Piensas en aquella tarde en casa de tu prima del pueblo cuando te enseñaron a hacer chorizos. Te acuerdas de la vergüenza que pasaste cuando reventaste unos pantalones que te probaste en Stradivarius por empeñarte en comprar ropa para párvulas. Como tienes un poco de hambre visualizas la cazuela de barro llena de salchichas con tomate y vino blanco que hacía tu madre…
No quieres incomodar a tu chico pero finalmente susurras: “¿Qué, como va?”…
El te mira compungido con el rostro enrojecido y ligeramente azulado.
La batalla de sokatira que libra con el preservativo le ha hecho sudar más que un partido de tenis y está al borde de la apoplejía. En ese momento piensas en la durísima carta de consumidor indignado que vas a enviar a “Durex” y con el rollo jodido te apresuras a liberar a tu chico del látex estrangulador antes de que pille una necrosis y tenga que buscar curro de eunuco en un harén. No penséis que exagero. Esto lo he sufrido en persona.
Sin embargo, es curioso como el destino nos depara grandes revelaciones a nuestros interrogantes más profundos. Mi amigo Mark “el gordo” encontró curro en el departamento comercial de “Durex”. ¡Si! Va en serio…
Además de alegrarme por el nuevo empleo de mi colega supe que tenía que aprovechar la oportunidad y hacer campaña para los condones XXL.
Una tarde que estábamos de cervezeo le expuse mi razonamiento: “Oye Mark tío, por qué no hay tallas de condones diferentes, es un coñazo porque o se salen por grandes o no se ajustan bien por pequeños, debería haber diferentes tamaños, sería mucho mejor, no entiendo porque sólo hay una talla y bla bla…”
Mark “el gordo” me miró divertido con su cara y ojillos de borrachín irlandés y me dijo: “¿Tu que crees?”. “Ni puta idea chico”, respondí.
Mira Mel, dijo Mark, no se comercializan tallas de preservativos porque los hombres no están psicológicamente preparados para asumir la diferencia de tamaño de sus penes. Es un tema muy sensible. A los tíos no les gustaría verse en la situación de tener que comprar una caja de condones “mini plus” o que su compañero de piso les pida una goma a las 3 de la mañana y diga “Ay gracias tío, pero lo siento yo llevo la maxi plus, esa no me vale, venga buenas noches y perdón por la molestia…”
¡Ahí va la hostia! ¡No me jodas que llevo tampax! Nunca hubiera imaginado que el capitalismo fuera tan benevolente con los egos masculinos. La verdad es que puedo entenderlo pero ciertamente a las mujeres no se nos paga con la misma moneda. Nosotras tenemos que sufrir, controlar y justificar cada milímetro de nuestro cuerpo.
Si tienes el culo como una hormigonera nadie piensa en tu alma sensible y además de apodarte “La vehículo longo” las dependientas de las boutiques te saludan nada más entrar con un “para ti no tenemos nada”.
Serán zorras…
Si eres más plana que la pista de los autos de choque tienes que recurrir a rellenos, geles y wonderbras o insertarte 2 balones de playa que digan lo que digan te hacen parecer una mujer a 2 tetas pegada.
En caso de que seas naturalmente pechugona te llamarán “La Ramona”, “Campanera”, “La ubres borrascosas”, o algún tío te dirá algo como “Me gustan tus senos” y vomitarás. Tampoco te atarán las blusas y las zorras te dirán “es que tienes tanto pecho…”
Si eres demasiado bajita serás el taponcito o una culo contra el suelo, si mides un montón un cancallo o percherón.
A la hora de comprar ropa yo ya no sufro. Siempre he sido gorda natural pero ahora ya encuentras tiendas de moda con tallas suficientes para vestir a un transatlántico. Lo que yo llamo gordicenters, una maravilla.
Donde todavía me encuentro en situaciones indómitas es en las zapaterías. Calzo un 42. Siempre ocurre de la misma manera: me dirijo al mostrador e intento ser amable. “Esos botines negros del escaparate, ¿tenéis el 42?”.
La dependienta me mira consternada: “¿Qué? ¡Un 42! No, no. Como vamos a tener eso. Que pie tan grande por
favor…”
Que tacto…
Por qué no llaman al National Geografic: “¡Vengan ustedes rápido, en nuestra zapatería acaba de entrar El Yeti!”
Zorras…
La largura del pelo también siempre es fuente de conflicto y justificación. Si lo llevas muy largo acabas planteándote lanzar una opa hostil a Pantene y hacerte con el control mayoritario de las acciones. Tienes que dar explicaciones a los hombres de tu vida que no consiguen entender por qué necesitas una hora y media para lavarte la cabeza. En mi caso, una higiene capilar más rápida me deja con el aspecto de la bruja Lola. Cuando decides cortártelo, sales de la peluquería superfeliz porque te sientes muy cómoda y te ves muy mona.
Tus amigas te dicen que estas mejor pero llegas a casa y ves la cara de tu novio. Se le dilatan las pupilas, palidece: “¿Qué te has hecho? ¿Por qué te has cortado el pelo? ”.
En ese momento sientes un amago de paro cardiaco. No le gusta, no le gusta nada. El muy capullo que siempre se quejaba de tus orgías con el acondicionador…
”¿No te gusta...? ¡Pero si estoy muy mona! ”, respondes a punto de explotar en un llanto más prolijo que las riadas de Salou. El intuye el desastre inminente e intenta arreglarlo con “Que va, que va, si estas muy guapa. Sólo es que se me hace raro…” Cuando has conseguido reprimir el patatús, tu novio se acerca, te acaricia la nuca cariñosamente y suelta :“Ya te crecerá…”
Es entonces cuando quieres obligarle a zamparse un bocadillo de pelo y trasegarlo con una copa de champú anticaspa. Te zafas del muy cabrón y te retiras a tus aposentos con una grave enajenación.
Desde luego, con nosotras nadie tiene miramientos respecto a los centímetros.